El Señor y Su Nombre son uno, pero en la Forma
pocas veces se descubre la dulzura que hay en el
Nombre. Cuando se recuerda el nombre de la ro-
sa, acuden a la memoria su fragancia, sus tiernos
pétalos y su color profundo; se olvidan sus espi-
nas y los problemas que hubo que superar para
obtener la flor. Si, en cambio, se considera su
origen y su historia previa, y se tienen en cuen-
ta la planta, las hojas y las ramas, entonces la
flor - la parte más importante, más hermosa y
más atractiva - puede caer en el olvido, y tal
vez se hable sólo del resto de la planta. Anhe-
len el Nombre del Señor, más que la Forma.
-BABA
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